Burocracia, falta de información y estructuras binarias dificultan la adopción. La historia de Marcos Ramírez expone los desafíos aún vigentes en Uruguay.
En Uruguay, más de 500 niños y niñas esperan ser adoptados. La cifra, proporcionada por el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), refleja una realidad compleja donde las historias personales dan cuenta de los múltiples desafíos —y también transformaciones— que implican los procesos adoptivos.
Marcos Ramírez, psicólogo y artista, compartió en La Rosca su experiencia como padre adoptivo junto a su pareja, con quien cría a su hija de tres años.
Ramírez explicó que fue su compañero quien inicialmente impulsó la decisión de adoptar, ya que estaba más familiarizado con el sistema por trabajar en un Club de Niños. “En mi caso, tenía otros prejuicios y tenía poca información”, recordó y dijo que la decisión se fue gestando a través de la escucha y el intercambio con otras familias.
Desde ese punto de partida hasta concretar la adopción, pasaron aproximadamente tres años y medio. Marcos recordó ese tiempo con intensidad, especialmente marcado por la incertidumbre: “La espera es la protagonista de Inau y de la adopción”, aseguró. La burocracia, sumada a la falta de información clara, hace que ese proceso resulte complejo.
La adopción, según relató, no es simplemente un camino alternativo hacia la paternidad, sino que implica reformular expectativas y romper con ideales heredados. “Idealizamos la familia como algo que tiene que funcionar, pero no siempre es así”, dijo y añadió: “la adopción también tiene sus luces y sombras”.
El proceso de evaluación, en particular, le resultó desafiante. “Me costó un montón. [...] hay cuestiones a revisar en ese sentido de cómo se evalúa”, admitió.
Ser una pareja de dos padres también significó enfrentarse a obstáculos extra. Aunque la legislación uruguaya permite la adopción por parte de parejas del mismo sexo, persisten estructuras institucionales que no terminan de adaptarse. “En los registros se sigue pidiendo firma de padre y madre”, contó. En su caso, llegaron incluso a tener que tachar y corregir el formulario manualmente. “La estructura sigue siendo binaria”, sostuvo.
Sin embargo, destacó que lo biológico en el vínculo adoptivo no necesariamente está en la sangre. Para Ramírez, ese lazo se construye día a día: en los abrazos, en las noches sin dormir, en la intimidad del cotidiano.
Respecto al acompañamiento institucional, expresó que “sí hay un proceso que se llama de seguimiento”, pero matizó que se reduce a apenas cuatro encuentros posteriores a la integración familiar.